La antropóloga Kristen Hawkes lleva 20 años defendiendo la «hipótesis de la abuela», que cambia el foco del relato sobre la humanidad. «Cualquiera que preste atención a la biología evolutiva se convertirá en feminista», dice desde Estados Unidos. En Santiago, la obra «El cómo y el porqué» recuerda su trabajo hasta el 1 de julio en el Teatro Mori.
Kristen Hawkes creció creyendo lo que todos: que la evolución del hombre comenzó cuando la especie se puso de pie, salió a cazar, dada su nueva capacidad de desplazamiento, y su cerebro creció, ya que las nuevas habilidades de salir a enfrentar el mundo para alimentar a su familia le trajeron desarrollo cognitivo. Así, desde el mono hasta el homo sapiens actual.
Pero lo que esta antropóloga evolucionista nunca se esperó es que en medio de sus investigaciones sobre el desarrollo de la humanidad surgiría una hipótesis que daría vuelta el paradigma e instalaría la diferencia de sexos como algo central.
Investigando a los hadza, un pueblo de Tanzania que en los años 80 aún vivía de la caza y la recolección, vio que cuando los hombres se ausentaban eran las abuelas las que buscaban alimento para los más pequeños, cavando en la tierra para extraer tubérculos. Vio que la caza no era todo lo central que se creía y vio, además, cómo el rol de las abuelas permitía a las mujeres concentrarse en la cría de los lactantes y, luego, tener otros hijos sin dedicar mayor cuidado ni enseñanzas a los que ya habían crecido.
La profesora Hawkes imaginó esta práctica en tiempos ancestrales, y halló ahí preguntas claves para entender -desde una nueva perspectiva- la evolución humana: ¿Por qué, a diferencia de otros primates, las mujeres viven más allá de su edad fértil? ¿Por qué sus cuerpos se mantienen en buena forma si han parido hijos tras hijos? ¿Por qué ellas no vivieron el desgaste de amamantar a sus crías y luego sacarlas al mundo? La respuesta a todas estas interrogantes fue una sola: gracias a las abuelas. Ellas serían las responsables de la longevidad de la especie y de que existiera un período protegido de desarrollo -llamado infancia- donde surgirían habilidades sociales.
La llamada «hipótesis de la abuela», publicada en 1997, todavía se abre paso en un mundo académico que a lo largo de todo el siglo XX creció con un modelo de evolución centrado en el hombre y en la caza, y no en las abuelas y el cuidado.
Desde su oficina en la Universidad de Utah, Hawkes dice saber que el camino será largo, porque ella misma lo recorrió antes de dar crédito a su propia idea. De hecho, ríe cuando recuerda que ni ella ni sus colegas que se adentraron en la vida de los hadza tenían como objetivo mirar a las viejitas de la comunidad.
-¿Qué esperaba encontrar cuando se internó en Tanzania?
– La pregunta central para mí era sobre las estrategias masculinas. Trabajos previos con los cazadores-recolectores de Ache en el Paraguay exploraron las hipótesis con las que entré en ese proyecto -recuerda-. Pensé que «sabíamos» que la clave de la evolución humana era que los hombres cazaban para abastecer a sus esposas e hijos. Pero el gran conjunto de datos que recogimos con los Ache contradecía directamente esto. Así que al principio de nuestro proyecto de Hadza me concentré especialmente en lo que se había observado: que los hombres no buscaban a sus familias cuando volvían de cazar. La pregunta era «por qué cazan», cuando eso significaba días usualmente sin resultados y, entonces, cuando tenían éxito, la carne iba para todos alrededor y no específicamente a los suyos.
Entonces, pensó Hawkes, el motor de lo que llamamos humanidad no estaba dado por el modelo de «hombre proveedor». Ante sus ojos pareció como algo mucho más relevante y diferenciador de nuestra especie las relaciones que se daban entorno a la crianza, la tendencia a la protección, a la cooperación y las habilidades que se aprendían a partir de ese motor.
-¿Qué define la humanidad para usted?
-Michael Tomassello (psicólogo evolutivo, 1950) lo define como la intencionalidad de compartir. Y es algo que vino a sumarse a mi hipótesis con la lectura en 2009 del libro de Sara Hrdy, «Madres y otros».
Ella ha sido una gran influencia para mí, aunque ella todavía no esté de acuerdo con que la abuela es la clave central de la historia humana -dice riendo-. Cuando estaba leyendo su libro de 2009 y vi las implicaciones de los subsidios de las abuelas para las madres y los niños, quedé impresionada. Como tantas otras veces, dije ¿cómo pude no haberlo visto antes?
La hipótesis de Kristen Hawkes plantea que solo después de que la especie desarrolló esa forma de relacionarse habría venido todo lo demás que hasta ahora entendíamos como la clave de la humanidad.
Con los años ha ido juntando evidencia para cuestionar la ecuación «Ponerse de pie y, como consecuencia, desarrollar el tamaño cerebral al tiempo que se aprendía a cazar para la familia». A su favor, han ido surgiendo hallazgos en otras áreas de la ciencia relacionada con la evolución, como la arqueología y la paleontología.
-La evidencia fósil demostró que el bipedalismo ocurrió millones de años antes de aumentar el tamaño del cerebro, por lo que estas piezas no van juntas de esa manera. La etnografía demuestra que la mayor parte de lo que los cazadores matan va a otros, no a sus propias esposas e hijos -insiste-.
En su camino hacia el cambio de paradigma, sin embargo, ha tenido dificultades y oposición. Ella reconoce que la evidencia fósil es escasa y deteriorada. Además, han surgido estudiosos que le cuestionan su falta de fundamento matemático. Pero ante eso, ella ya reaccionó.
-En los últimos años he trabajado con Peter Kim, un brillante matemático biólogo interesado en las mismas preguntas que yo. Hemos publicado varios artículos científicos en los que el modelamiento matemático está en el centro y tenemos algunos más todavía en revisión. No es tan bueno como una máquina en tiempo real, pero sí muy ilustrativo -bromea.
Gracias a estos modelos de simulación matemática, Hawkes y Kim lograron establecer en 2012 que con la ayuda de las abuelas se pudo doblar la esperanza de vida en primates en los últimos 60.000 años de evolución. Su grupo de control fueron los chimpancés hembras, que rara vez viven hasta los 40 años y no tienen conductas de «abuelaje»; al compararse este grupo con uno de hembras homínidas, los resultados mostraron que los cuidados de las abuelas a sus nietos aumentaba en 49 años la esperanza de vida a lo largo de un «breve» período de tiempo evolutivo.
Guerra de sexos
Kristen Hawkes se mantiene activa en la comprobación de su hipótesis. Cuenta que la semana pasada viajaba a Australia para seguir trabajando modelos matemáticos que le permitan contestar las interrogantes pendientes de su teoría.
-Muchos aceptan que las abuelas tienen lugar en su historia. Pero mi hipótesis las hace absolutamente centrales -explica-. Lo que queda por discernir es el papel de los padres y, como yo lo veo, tiene que ver con la importancia de la rivalidad en el estatus masculino.
Hawkes reconoce que aún tiene pendiente explicar por qué es que los hombres salen a cazar:
-La «hipótesis de la abuela» empezó centrándose en las historias de vida de las mujeres, pero las estrategias que desarrollan los hombres están directamente conectadas -formula-. Que la esperanza de vida de nuestra especie crezca gracias a las abuelas hace que la proporción de los sexos en la edad fértil esté sesgada hacia los hombres, hacia todos esos tipos viejos que siguen haciendo esperma -bromea-.
Esto es muy diferente de la mayoría de los mamíferos, incluyendo nuestros parientes, los grandes simios más cercanos, donde la proporción de sexos en las edades fértiles es sesgada hacia la hembra.
Esa convicción, también confirmada a partir de modelos matemáticos, se traduce para Hawkes en una nueva hipótesis respecto de por qué los humanos formamos pareja. Ella cree que en la base de esa conducta está la competencia masculina, expresada en hábitos de caza y en la necesidad de procrear con mujeres fértiles que -ya se demostró- son minoría.
-Las estrategias masculinas llevan a una mayor mortalidad entre ellos -enuncia-. Y es sabido que las relaciones sexuales en las edades fértiles afectan las estrategias competitivas de los hombres; entonces, sus compañeras se traducirían en una especie de retribución. Hay mucho tema para trabajar respecto de cómo operan las alianzas masculinas y las rivalidades de estatus sobre las mujeres fértiles en nuestro linaje -anuncia.
-¿Se considera usted una feminista?
-(Ríe) Pareciera estar reñido con mi trabajo ¿no? Entiendo la importancia del sexo y los conflictos de interés que se pueden tener siendo yo mujer -aclara-. Pero cualquier persona que preste algo de atención a la biología evolutiva eventualmente se convertirá en feminista.
El experimento de la modernidad
El trabajo silencioso -aunque revolucionario- de Kristen Hawkes sufrió una inesperada visibilidad pública a partir de 2011, cuando la obra teatral «El cómo y el porqué», creada por la célebre guionista de televisión Sarah Treem («House of Cards»), tomó su hipótesis como referencia para dar vida a una historia centrada en dos biólogas que, a partir de sus teorías, resuelven una relación personal conflictiva.
La obra, que en Santiago estará en cartelera hasta el 1 de julio (Teatro Mori), solo fue conocida por Hawkes a través de comentarios, ya que nunca la ha podido ver representada en su ciudad (Salt Lake City, Utah).
-Me encantaría verla, porque amo el teatro -cuenta-. Pero sí la leí hace mucho tiempo y creo que tuve algunas aprensiones sobre cómo se describieron mis hipótesis, pero fue hace tanto que no recuerdo bien por qué.
Hawkes admite que para la sociedad actual debe ser peculiar escuchar cómo la «hipótesis de la abuela» intenta explicar en pleno siglo XXI el nacimiento de la humanidad millones de años atrás. Más aún cuando las relaciones humanas parecen seguir en evolución, con grandes descensos de natalidad, con hembras incorporadas en el mundo de la ‘caza’ (laboral) a la par de los machos y con familias nucleares que se alejan de sus familias de origen.
-Ni hablar de las madres solteras que están completamente solas, tratando de hacer por sí mismas algo que no estamos diseñados para hacer -alerta.
-¿No será que las abuelas están en peligro de extinción?
-No es mi área de expertise -dice para contextualizar su mirada sobre la modernidad-. Pero para mí este experimento actual con familias nucleares muy separadas, con lugares de trabajo lejos del hogar e inhóspitos para bebés y niños, es algo muy diferente a la mayoría de la experiencia humana. La baja en la natalidad significa que la mayoría de las personas no tienen experiencia con los bebés hasta que tienen uno. Las parejas y los padres tienen que sobrellevar mucha más carga que en las sociedades tradicionales de pequeña escala, donde todo el mundo tiene varios «otros», 24 horas al día. Y esto afecta a las abuelas, sin embargo, ellas siguen teniendo grandes efectos cuando la gente las busca. *
Fuente: Por Claudia Guzmán V.
Reportaje El Mercurio Revista Ya