En esta serie, Diego Martínez nos ofrece a primera vista un deleite visual: bellas flores. Su trabajo pictórico es de tal minuciosidad académica que nos permite pensar en una yuxtaposición estilística entre las naturalezas muertas flamencas del Barroco y los estudios naturalistas del siglo XIX. En este primer instante, la mirada es invitada a regocijarse en la contemplación placentera de las formas naturales.
No obstante, su pintura demanda nuestra atracción visual con algo más inquietante que el placer. El perfecto e inmóvil silencio con que estas flores han sido representadas más bien emula la estética objetivista de la ilustración científica, y se aleja ex profeso de cualquier tipo de narrativa que ensalce lecturas afectivas.
De este modo, pronto descubrimos que el ojo del artista es voluntariamente desapegado: es un ojo fotográfico. Y lo fotográfico es crucial en cuanto no opera solo como cualidad puramente estética, sino también como metodología intelectual para una aproximación destilada y racional al modelo, y como retórica visual bajo la cual se ejecuta su desplazamiento al campo pictórico. La dialéctica de lo fotográfico subvierte la emocionalidad de la imagen para volverla raramente indescifrable.
En consideración de todo lo anterior, se torna compleja la elección por las escenas nocturnas; ¿qué naturaleza florece en la oscuridad? ¿Qué queda acallado del lenguaje de las flores? Porque lo nocturno nos dispone simbólicamente en un estado de alteridad poética. Estamos obligados a observar la rareza desconocida de las morfologías y cualidades biológicas de estas especies.
Corydalis solida
Passiflora
Echinopsis pachanoi
Datura stramonium
Alteridad es la clave: estas especies naturales han sido ancestralmente la puerta de entrada y el camino hacia otras realidades espirituales, siendo utilizadas en rituales de alteración de la conciencia. La noche circundante revela el poder místico encarnado en tan suaves y delicados organismos.
En los cuadros, no hay apología ni relato personal alguno respecto a la potencialidad psicoactiva de estas especies. Y así, la opción por lo fotográfico, en relación a este aspecto, termina por ser un ejercicio oscuramente simple: la transformación analítica del modelo real al estado pictórico evoca la transformación simbólica del mundo natural en imagen cultual.