La sociedad que vivimos hoy en día nos hace perdernos, pocas veces recordamos quienes somos, si somos gente o consumidores. Hoy todos creemos que necesitamos consumir productos, personas y elementos, para “llenarnos” la vida. Dentro de éste mundo consumista, tenemos que reflexionar sobre el valor de lo humano, ese espacio que no necesitamos llenar con cosas materiales, que no tiene precio. Les dejo una reflexión de Miquel Espeche para revista Sophia.
«No soy de los que creen en el vacío existencial del que tanto se habla. Para mí, el sufrimiento moderno está cifrado en un “lleno” existencial, una energía amorosa que, encapsulada en nosotros mismos que por no poder salir de esa trampa, nos pesa, nos presiona, nos aplasta, porque no encuentra los puentes, las conexiones que nos comuniquen con el otro, esos canales que nos permiten fluir con el mundo, percibiéndonos como parte de él y no como seres que viajamos “de colados” mirando la vida desde “afuera” sin participar de la fiesta.
Para mí, no hay vacío en el ser humano, sino un “completo” que busca el encuentro con el otro para desplegar su ser. ¿Por qué digo esto? Porque todos los días veo cómo se naturaliza un discurso que nos grita la idea de que somos seres vacíos y “necesitantes”, consumidores absolutamente dependientes, más parecidos al vampiro angurriento y famélico de sangre ajena que a seres abundantes de amor, de ganas y de entusiasmo que, en todo caso, debemos organizar y compartir de buena forma esa abundancia para que prospere y nos haga mejor.
En la Facultad de Psicología me enseñaron que en el aparato psíquico no hay registro de la nada, sino del algo. La ausencia de su madre, por ejemplo, para el bebito es presencia de pena, de angustia, de ganas que aprietan el cuerpo y el alma. Lo que siente el chico no es “nada” porque, convengamos, la nada no existe. Dirán que estas palabras son demasiado abstractas… Lo dirán hasta que los novios digan que se necesitan con más frecuencia de lo que dicen que se quieren, y vean que así, “consumiéndose” entre sí, la cosa se pone difícil, porque el amor prospera cuando se comparte y no cuando se intenta que el otro “llene” un supuesto faltante. También, cuando se vea que el chico que no tiene el juguete de moda termina al final jugando con un palito y las hormigas, con una creatividad que surge desde adentro y que no “necesita” de productos industriales para emerger.
El tiempo actual “necesita” de “necesitantes” voraces y poco confiados en lo que pueden generar desde sí mismos o desde el amor compartido, para sostener una manera de generar riqueza que no siempre nos hace bien. Digamos que, por ejemplo, ir de compras puede ser visto como una actividad gozosa que sirve para sumar productos que nos sirven o nos gustan, sin creer que esa compra nos da el “ser” o “nos llena”.
Cuando somos personas que compran y no consumidores que se llenan de productos, la cuestión es bien diferente. Cuando lo vemos así, no se compra de más, no se intenta llenar lo que está ya lleno y no se pretende existir a partir del tener. Serán compras útiles y gozosas, no compras de “compensación” que revientan tarjetas y economías intentando en vano salir de la angustia.
A veces, estamos llenos de capacidades que se duermen por creernos vacíos y vale la intención de iluminarlas para que, compartiéndolas, podamos transitar el tiempo que nos toca sin comprar buzones, honrando lo mejor que somos, para bien de nuestra vida y la de los que nos seguirán.
Fuente por Miquel Espeche para revista Sophia