Gran Travesía Chilena, tres jóvenes cumplen su sueño escalando las tres Torres del Paine

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Quiero compartirles la gran travesía de dos chilenos  y un argentino que llevan años enfocados en conquistar montañas con sus propias manos, y este verano poniéndole toda la energía, la pasión y el corazón,  fluyeron junto a la naturaleza, cumpliendo uno de sus grandes sueños, escalar  las tres  Torres del Paine. 

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En uno de mis cuantos paseos por Chile, el año 2010 fui  a Cochamó, un lugar espectacular en medio de inmensas montañas de granito. Después de una larga caminata llegamos al refugio en La Junta. Nos tocó un día de diluvio y tuvimos que refugiarnos dentro de esta casita de madera  junto a una acogedora fogata,  ahí conocí de paso a los famosos hermanos Señoret.  Conocerlos me hizo entender un poco más como era su estilo de vida y la gran pasión que sienten por escalar,  ellos en ese entonces estaban viviendo ahí, y  debían  soportar  el frío y el aislamiento, todo para poder escalar.
El año 2013 subimos el  Manquehue con una amiga,  y me volví a encontrar con uno de los Señoret, nos tomamos unos tés y  mientras disfrutábamos de la cordillera nevada al atardecer  nos contó que tenía el sueño de escalar  las tres Torres del Paine,  y nunca lo pude olvidar, porque lo encontré realmente un gran desafió, y  bueno ahí estuvieron, lo lograron, y esta es su historia.

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En enero recién pasado, tres montañistas sudamericanos -dos chilenos y uno argentino- marcaron un nuevo hito en la escalada: se convirtieron en el equipo más joven y el primero de nuestro país en subir las tres Torres del Paine (Norte, Central y Sur), conectándolas en tres días y llevando el mínimo de equipos posible. Aquí, el líder del grupo, Cristóbal Señoret, cuenta cómo lo hicieron.  

-Quiero bajar, quiero bajar.
Aunque ahora podía hablar, hace unos minutos Juan Señoret (27) había estado inconsciente. Un enorme pedazo de hielo, de unos 25 kilos, se había desprendido desde la cima del cerro Torre, parte de la cadena montañosa del Fitz Roy, justo en el límite entre Chile y Argentina, y le había dado de lleno en la cabeza.
-Quiero bajar, quiero bajar.
Faltaban unos 70 metros para llegar a la cumbre. A su lado, su hermano Cristóbal (24) y su amigo Iñaki Coussirat (23) colgaban de la misma pared de hielo, pero no se resignaban a perder nuevamente. Ya lo habían intentado dos veces antes. Esta vez no podían fallar.
-Hermano, aquí no vamos a bajar. Aquí vamos a ir para arriba- le gritó Cristóbal, con decisión-. Ya vamos a salir de la zona de riesgo. Solo quedan unos metros. Nada se nos va a caer encima. Te lo digo.
Azuzado por las palabras de su hermano, Juan Señoret se decidió a subir. Y al final, los tres escaladores lo lograron. Su cordada había estado fuerte y sólida como nunca. El cerro Torre -una de las montañas más técnicas y difíciles de la Patagonia, en especial por sus túneles de hielo de más de 50 metros- finalmente les había permitido el paso.
Así es que ahora, a comienzos de enero de este año, estaban listos para el próximo desafío, uno con el que venían soñando hace mucho tiempo: subir las tres legendarias Torres del Paine, una tras otra, lo más rápido y con el menor equipo posible. Y convertirse, con ello, en el primer equipo de escaladores chilenos -y el más joven a nivel mundial- en lograrlo.
Más allá de su magnífica belleza natural, las Torres del Paine -tres esculpidos obeliscos de granito que alcanzan los 2.850 metros de altura- son consideradas uno de los mayores hitos mundiales de la escalada. Si bien hoy es un lugar tremendamente conocido, son muy pocos los seres humanos que pueden decir que han estado alguna vez en la cima misma de estas montañas. No caminando alrededor de ellas -como lo haría cualquier turista-, sino encaramados en sus paredes verticales, colgando de cuerdas y arneses y soportando ráfagas de viento penetrantes que pueden alcanzar más de 100 kilómetros por hora.

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Cristóbal «Tola» Señoret, el líder de esta expedición, es uno de ellos. Pese a su corta edad -tiene recién 24 años- es uno de los escaladores jóvenes más destacados de Chile. Comenzó a los 14 años, siguiendo primero el ejemplo de sus tíos y luego viendo en terreno a íconos nacionales como Andrés Zegers, uno de sus grandes maestros. Y desde entonces no ha parado, haciendo todas las rutas clásicas una por una -en Las Chilcas, en El Arrayán, en el Cajón del Maipo, en Cochamó, en las mismas Torres-, y marcando hitos como la primera ascensión invernal de la pared sur de El Morado o la escalada del monte Fitz Roy por la ruta Afanasieff y Franco Argentina, entre otras.
Hoy, cuando ya no es solo un atleta, sino un «atleta Mammut» -es decir, tiene hasta auspiciadores- dice que vive para escalar y escala para vivir. «Yo escalo casi todos los días», asegura una mañana en su departamento en Santiago, mientras sorbe un mate, afición que abrazó justamente por la escalada.
Señoret usa una boina como de gaucho, tiene las manos partidas y los dedos hinchados, con muy poca uña. Durante toda esta entrevista, además, está a pie pelado, como si estuviera en el cerro. A simple vista, nadie diría que es ingeniero comercial, lo que estudió.

«Yo me dije: ‘Si mi vida es esto, cómo voy a pensar en tener una empresa’. Mi familia me apoyó. Vivo con muy poca plata, que solo necesito para las expediciones. Cuando era más chico pasaba en la calle y andando en skate. Estaba perdiéndome en eso, siendo que era un buen deportista. Entonces la escalada fue un complemento, porque es algo muy adictivo y requiere de mucho tiempo. En el fondo pasas todo el día en la montaña y te empiezas a desprender de todo: un escalador no quiere señora, ni hijos, ni estudiar, ni trabajar. Un escalador solo quiere escalar».

Cristóbal Señoret es un fanático de la montaña, tanto como su hermano Juan o su amigo Iñaki -quienes no estuvieron en esta entrevista porque se encontraban ayudando en la emergencia del volcán Calbuco-. Aunque partió haciendo escalada «deportiva» -es decir, subir por rutas ya marcadas y equipadas, y en lugares de fácil acceso-, su pasión es la llamada escalada «de montaña».

«La diferencia es que no tienes todas las condiciones perfectas. A esas paredes no llegas en auto, como sucede en lugares como Yosemite, sino que tienes que caminar incluso durante varios días. Y sobre todo está el clima, el viento, la nieve, que puede hacer que se te enganchen las cuerdas o que tengas que solucionar otros problemas que requieren de experiencia. En Torres del Paine, por ejemplo, a veces no te sientes los dedos para escalar».

Justamente, pensando en estos desafíos, fue que Cristóbal y su hermano Juan se crearon un nombre más «marketero»los Señoret Brothers y, con ello, comenzaron a buscar auspicios para satisfacer su necesidad de aventuras. Para su reciente expedición -en la que nuevamente participó su amigo argentino Iñaki Coussirat-, el escalador Erick Vigoroux, editor de la revista Escalando, los ayudó a armar el proyecto, que se dio en llamar «Andino Travers»: la conexión de las tres Torres del Paine (Norte, Central y Sur) sin bajar al campamento, sin asistencia externa y en un máximo de tres a cuatro días.

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Lo hicieron en tres.

Tal como se reseña en el sitio Andeshandbook.org, los nombres que marcan la escalada deportiva en las Torres del Paine son casi todos extranjeros: Jean Bich, Pierino Pession, Leonard Carrel y Camilo Pelissier, quienes subieron la Torre Norte en 1958; Chris Bonnington y Donald Whillans, que en 1963 conquistaron la Torre Central y abrieron su más famosa ruta de ascenso; y el grupo liderado por el italiano Armando Aste, quienes lograron ese mismo año la Torre Sur, por la arista norte.

Entre los chilenos destacan Daría Arancibia, Jorge Casanova y Andrés Labarca, con su conquista a la Torre Sur en 1996; y también Andrés Zegers -el gurú de los hermanos Señoret-, quien subió la Torre Central en 1998 junto a otro nombre importante para esta historia: Steve Schneider.

Schneider es un escalador estadounidense famoso en este mundillo. Asiduo de Torres del Paine y otros cerros de la Patagonia, se le considera el primer montañista que enlazó las tres torres, hito que logró en solitario en 2002, tras 51 horas de escalada. El otro que lo había conseguido es el español Pedro Cifuentes, quien completó la travesía en febrero de 2013, pero tras 29 días de excursión total. Y ahora, en paralelo con los Señoret, una cordada española-argentina liderada por el experimentado catalán Oriol Baró también hizo una travesía similar, pero escalando solo una de las dos cumbres de la Torre Norte.

Los hermanos Señoret querían ser los primeros, pero a su modo. «Nuestro objetivo era hacer la primera travesía de las tres Torres del Paine en estilo alpino; es decir, rápido y liviano. Y que quedara para Chile, o para Sudamérica, porque también fue un argentino. Que no vinieran los gringos como siempre y le pusieran un nombre a la travesía. Estamos aburridos de eso».

¿Qué es ir liviano? Según Cristóbal, no llevar prácticamente nada a la expedición. Además de su ropa y una mochila, solo cargaron dos cuerdas (de 70 y 60 metros), un doble rack de camalots o ‘camellos’, un juego de stoppers (ambos accesorios de escalada), un saco de dormir modificado para tres personas, una cocinilla, un gas, comida -sobre todo, frutos secos y polenta- y dos quenas. ¿Quenas? Sí. En las mañanas, al despertar, solían tocarlas y hacer cantos y gritos que retumbaban en la inmensa soledad de la montaña.

Los hermanos Señoret tienen ciertos rituales -como el de las quenas- y lemas que suelen repetir cuando escalan. Uno es «sin prisa, pero sin pausa». Otro, quizás el que más los identifica, «ante la duda, para arriba».

Las condiciones fueron perfectas, mucho más de lo que imaginaban. Tras chequear diversos informes del tiempo, los Señoret vieron una gran ventana de buen clima y entendieron que su gran momento había llegado. Se aproximaron a la base de las Torres por el llamado Valle del Silencio, y el 7 de enero escalaron la Torre Norte, por la ruta Spirito Libero. Fueron cerca de 14 horas en total, 8 de subida y 6 de bajada. Esa primera noche durmieron en el collado o hendidura que se forma entre esta torre y la Central. Lo hicieron en su estilo: los tres metidos en un solo saco de dormir, sobre una pequeña planicie de roca.

Al segundo día, tras el ritual de las quenas, continuaron con la Torre Central, por la ruta Bonnington-Willhans, donde los esperaba lo más difícil de la travesía: el descenso por la cara sur. «La mayoría de los accidentes de montaña ocurren durante el descenso», explica Señoret. «Esa parte por donde bajamos no la conocíamos. Y casi nadie sube por allí, porque es una ruta súper larga (unos 1.600 metros de desnivel), chorrea agua en la pared… es una ruta medio maldita».

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Tras salvar el obstáculo sin grandes contratiempos, y dormir nuevamente entre la Torre Central y ahora la Sur, continuaron a la mañana del 9 de enero rumbo a esta última, que subieron por la ruta Aste, y bajaron por el mismo camino hacia el Valle del Silencio, en cerca de 12 horas de actividad.

En los tres días que duró la travesía, solo se toparon con cuatro cordadas más -dos chilenas, una argentina y otra española-, intentando distintos ascensos gracias a la ventana de buen clima que había. Así, salvo su respiración y los gritos de «¡libre!» y ¡asegurando!» mientras escalaban y ponían las cuerdas, el silencio que los rodeó en el Paine fue casi absoluto.

Señoret se sorprende hoy con lo rápido que lo hicieron y, según dice, lo poco cansadora que les resultó la travesía, contra todo pronóstico inicial. «Salvo una cuerda que se nos salió en la torre Sur -una antigua cuerda fija instalada por otras expediciones- y que me hizo caer como 10 metros, no nos pasó nada más. Creo que estábamos muy afiatados como cordada y veníamos afinadísimos después de subir el cerro Torre (en el límite con Argentina). Se dieron todas las condiciones y el clima fue perfecto. Y la idea siempre fue hacerlo los tres, porque somos un equipo. Si yo salgo contigo, regresamos los dos juntos. O morimos los dos. No voy a salvar mi pellejo dejándote solo».

Para Señoret fue clave la experiencia de su joven equipo. «Nuestra táctica la hemos ido desarrollando en todos estos años y está muy afinada. Es muy difícil encontrar una cordada buena, con la que te complementes bien. Con mi hermano y con Iñaki nos conocemos hace tiempo. Y además ya hemos fracasado en otras oportunidades. Cuando logras la cumbre siempre va a ser todo buenísimo, pero en la montaña se fracasa mucho, por eso se suele relacionar esta actividad con las empresas. Yo cuando más he aprendido es cuando no lo he logrado. Si no tuve ningún problema ahora, fue porque antes fracasé muchas veces. Ahora ya sé cómo resolver algunas situaciones, no me estreso con eso ni ando preocupado de los miedos. Esos los llevas dentro de la mochila».
Como sea, Cristóbal Señoret todavía siente la emoción de haber completado la travesía. «Fue muy emocionante, además porque lo hicimos con mi hermano y el Iñaki. Son años esperando estos momentos; yo estuve tres intentándolo», dice. «La escalada es lo que me llena. Focalizas toda tu energía y positivismo para que todo resulte bien, y eso es lo que te hace lograr los objetivos. Para mí, hacer una aventura como ésta es estar viviendo realmente».

«La idea siempre fue hacer esta travesía los tres juntos, porque somos un equipo. Si yo salgo contigo, regresamos juntos. O nos morimos los dos».

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 Sebastián Montalva Wainer.

Fuente: Revista El Domingo