Antonia Cruz

¿Qué es lo que vemos cuando nos vemos en el otro o en nosotros mismos? ¿Qué es lo que ve Antonia Cruz cuando construye sus retratos a partir de la meticulosa superposición de imágenes preexistentes, sean encontradas o registradas por ella misma en sus afanes? Lo subyugante de la fascinación y la repulsión simultáneas que nos produce su obra deriva en lo esencial de los antecedentes arriba consignados, pero la distinción preeminente de su trabajo está en que ella sabe despegar capa por capa las innumerables instancias que nos hemos habituado a suponer implícitas en un retrato para, justamente, evitarnos tener que asumirlas. Nos desglosa de este modo aquel horror a la vida, a nuestras propias vidas, que creemos soslayado al conformar la imagen de otro –de otra, en su caso–, donde dicho horror podía permanecer sumido en la morfología o el gesto del retratado y permitirnos continuar nuestros recorridos sin vernos confrontados a través de éste.

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Antonia Cruz pesquisa en sus rostros históricos, que son ciertos, porque vienen del pasado; en sus maniquíes, que no son ciertos ni lo fueron nunca, porque no tienen tiempo; y en los cadáveres que fotografía, que están a medio camino de la certidumbre, porque acaban de dejar de ser vivencia para trasladarse a la memoria (por más anónimos que sean), las improntas de la representación como testimonio tangible de lo que no quiere ser representado. Los sucesivos layers de sus imágenes deshojan la cebolla interminable del subconsciente y recomponen con las láminas elegidas un constructo que resulta ineludible para la percepción consciente, la que ya no alcanza a huir hacia el retrato para refugiarse tras el azogue del espejo que le dio origen, pues queda atrapada a mitad de camino, como las moléculas de un cuerpo alineadas para atravesar un muro que de pronto se reordenan y terminan incrustándolo en él.

Cual catalizadores indeseados del sincronismo de la vida y la muerte, del presente y el futuro –que no es sino la retaguardia del pasado­–, los retratos de Antonia Cruz subvierten el acomodo en la imagen de nuestra cultura occidental, desplegando sus componentes velados para manifestarnos que ninguna ilustra lo que subyace en ellas sino lo que pretendemos ser mediante ellas. En una simple operación descompositiva efectuada por medio de una compleja composición de recursos esencialmente intuitivos, ya que la razón es demasiado hábil como para entregarnos pautas que la inhabiliten, la artista desarrolla un discurso visual que no sólo incide en la manifestación de la identidad individual, sino que inscribe en el proceso a la identidad de género y, más ampliamente, a la identidad histórica –la de aquí, la de nuestra historia–, y la del arte en general. Más allá de los encantos de la ficción de la representación, que no obstante aplica y disfruta en función de su metáfora, Antonia Cruz se remonta virtualmente hasta la oscuridad primigenia, hasta la mirada del ciego, para desde allí esperar el instante en que se haga la luz, sentada detrás del primer espejo.

Mario Fonseca  (Extracto Texto)

 

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