«Una obra sin actores»… el enfrentarse a un espectáculo así descrito ya predispone al espectador a algo extraño y misterioso. La gente reunida para ver la obra entra y camina hasta el final de nuestra bella Estación Mapocho en la oscuridad… creo que este acto tan obvio como trasladarse al lugar de los hechos ya forma parte del espectáculo. Y de pronto aparece esta máquina desconocida, y una tarima para comenzar a disfrutar la función.
Stifters Dinge más que una obra es una experiencia, una absolutamente sensorial. Fui a verla por la curiosidad que me provocó su descripción y fotografías, me pareció que podría ser interesante, y así fue. La cantidad de imágenes logradas en una hora, la manipulación de la tecnología y los efectos fueron clave. Se trata de una máquina en la que todo se mueve y desliza, un mecanismo con el que los fanáticos de la mecánica y el cableado se fascinarían. Es una peculiar estructura artística que con juegos de luces, sonidos, voces, agua y otros elementos inundan la estancia de sensaciones y colores, provocando en el ambiente momentos de mucho suspenso, otros serenos y algunos hasta angustiantes creados con sonidos estridentes. Realmente me sorprendió la creación de esta máquina tan perfecta, hecha para generar emociones.
Es un trabajo muy novedoso del reconocido compositor alemán Heiner Goebbels. Observando, escuchando y sintiendo me imaginé las conexiones neuronales del cerebro humano, de pronto sentía que el fin del artista es que entremos en su alma. Es como mirar un reloj sin su carcasa, se puede ver dónde se crean los sonidos, de dónde sale el humo, dónde se encuentra el agua. Es como ver una obra tras bambalinas, completamente desnuda frente al espectador, sin esconder el truco. Esto permite ver el mecanismo interno de la obra de arte, así se puede apreciar el gran trabajo que hay detrás de este mundo de sensaciones.
Son tantos los estímulos sensoriales que incluso en algunas ocasiones sentí como si fuese a oler algo, cuando salía la estela del hielo seco y el humo me daban ganas de sentir distintos aromas. Por su parte, la estructura y montajes de pianos me recordaron el estilo Stempunk. Durante todo el espectáculo, no pude dejar de imaginar a una bailarina sumida en la escena de luces, agua, tules y proyecciones de sonido. Hubiese sido alucinante verla en carne y hueso, pero de todas formas mi mente se ocupó de darle vida.
El agua también fue uno de los elementos protagonistas en la escena. Gotitas cayendo parecían estrellas y diamantes cuando la luz se reflectaba en ellas.
El lugar de exhibición estuvo muy acertado, se ve una máquina dentro de otra. Los contraluces que crean los vidrios de la estación y la luna saliendo por una esquina terminan formando parte de la puesta en escena.
Luego de finalizada la obra, uno puede acercarse a mirar todo. Es un enjambre de cables y tecnología impresionante, una cantidad de conexiones de luces que me llegaron a marear. Al acercarse uno a las piscinas de agua se puede ver como si hubiese algo escrito en ellas. Creo que se trata de un mensaje interno del artista, ese mensaje que la máquina quiere expresar en su totalidad, pero que sigue quedando en misterio.
Los asistentes también podían acercarse a hablar con el artista, que camina tranquilamente por el espacio mientras el público inspecciona las entrañas de su obra. Creo que esta puede ser una gran fuente de inspiración para escenógrafos, coreógrafos y bailarines… en fin, amantes del arte.
Critica: María Jesús Ossa
Imágenes: ellalabella