“Soy un pintor que pinta día tras día, de la mañana a la noche. Quien quiera saber algo de mí, debería mirar cuidadosamente mis cuadros”. Gustav Klimt
El encanto de una pintura no se observa en la totalidad de la obra de arte, hay que mirar de cerca para descubrir que se encuentra en los trazos que encierran el sentir de un artista, en el paisaje que te remite a una época plasmada con pincel, en los pequeños detalles que susurran en silencio, la historia de un alma que se inmortalizó en lienzo y color.
Obras de arte que nacieron de los recuerdos, del amor pasional, del dolor y la desesperación, de los momentos de incomprensión. Fuentes de creatividad que le dieron fuerza y simbolismo al pincel de cada artista. Y entre las capas de color, las delicadas pinceladas hacen homenaje a aquellos ojos que encendieron de fuego la esencia del pintor y le regalaron inspiración: su musa.
Musas que detrás de un velo misterioso, influenciaron algunas de las más grandes obras de arte; algunas de ellas conocidas, otras tantas que vivirán por siempre en el misterio de las pinturas que inspiraron.
En el siglo XIX surgió un artista que plasmó en hojas de oro a su musa, obras de arte cargadas de erotismo con patrones vibrantes y psicodélicos como su inspiración. Esta es la historia de dos almas bohemias que en su libertad encontraron un trozo de eternidad en el arte.
Fueron obras como El beso (1908) y La dama de oro (1907) que vieron a su autor convertirse en uno de los pintores más representativos de su época. Gustav Klimt nació el 14 de julio de 1862 en Vienna, Austria; su madre, amante de la música, le heredó el amor por el arte sin saber que años más tarde se convertiría en uno de los más grandes exponentes artísticos de su época.
Klimt dedicó su juventud a estudiar arte, tiempo en el que, en compañía de su hermano Ernst y muy amigo Franz Masch, fundó la Compañía de Artistas, un proyecto que les brindó éxito y la oportunidad de plasmar su visión en las paredes de iglesias, teatros y otros espacios públicos. Un año más tarde la vida le arrebató a su padre y hermano, acontecimiento que incitó al revolucionario artista a despojarse de todos los conocimientos adquiridos en la escuela de arte para perseguir un estilo libre y personal.
Fue entonces que conoció a Emilie Flöge, cuñada de su difunto hermano. Un par de almas viajeras que se tomaron de la mano para marcar el inicio de una amistad que perduraría en las futuras obras del autor. Eran ya inicios de 1900 y Klimt había entrado a su “Faceta dorada”, en la que adaptó una técnica en la que con hojas de oro pintaba retratos bi-dimensionales de la aristocracia de Vienna.
Se encontraba en la cumbre del éxito y sus obras con patrones que semejaban a los mosaicos bizantinos eran muy solicitadas, pero los extravagantes vestidos que adornaban aquellas eróticas imágenes estaban inspirados en su especial amiga: Emilie Flöge.
Un nombre olvidado entre las sombras del tiempo que dio vida al impactante vestuario en el arte de Klimt, dos personajes demasiado revolucionarios para su época, pensadores que iban en contra de las normas sociales, creadores de arte que le robo el último suspiro a más de uno. Emilie Flöge era una joven diseñadora con un estilo bohemio, dueña –junto con su hermana– de una tienda de alta costura llamada Schwestern Flöge (Las hermanas Flöge) situada en una de las calles más importantes de Vienna.
Los diseños de Flög estaban inspirados en el movimiento femenino de su época, una propuesta cómoda y práctica basada en el liberalismo de Klimt y sus contemporáneos: Chanel y Christian Dior. Su vestidos se vendían bien, en poco tiempo ella y su hermana vestían a la elite de Vienna.
Pero fuera de su tienda, Emilie se caracterizaba por un estilo rebelde y liberal, dejaba de lado la costumbre de usar corsé y vestidos apretados para modelar con mantas holgadas, una diseñadora incomprendida por todos en su tiempo, excepto por Gustav Klimt, pues plasmó sus diseños en obras de arte.
Algunos creen que eran amantes y que la fabulosa pareja del siglo XIX eran los protagonistas de la afamada obra de Klimt El beso (1908), pero esto nunca se comprobó. Amantes o amigos, no importa, ambos se convirtieron en fieles compañeros.
Klimt murió en 1918 debido a un ataque al corazón, y con él se fue la creatividad e inspiración de Emilie Flög. Las últimas palabras del artista fueron “Traigan a Emilie” pues así como una obra no vive sin su artista, un artista no puede vivir sin su musa.
«Los misterios detrás de las obras de arte son increíbles, amo la obra de Klimt es de mis artistas preferidos, así que me encantó encontrarme con esta historia, tuve la suerte de ver el famoso y bello cuadro «El Beso» y otras de sus obras en el Palacio Belverede en Viena el año 2011″
Aquí más de las obrasde Klimt que me ecantan y algunos detalles
fuente: cultura colectiva