La expresión corporal, El cuerpo habla y nos delata

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Aprender a interpretar lo que expresan los gestos puede ayudarnos a comunicarnos mejor, así como a conocer y respetar a los demás. 

 

Jamás voy a olvidar el día en que Marina me miró a los ojos y me dijo: “Dejá de mentir”. Fue una de las situaciones más incómodas que pasé con ella, una de mis mejores amigas. Marina estaba fascinada con un vestido corte sirena y me había pedido que la acompañara a la tienda donde lo vendían porque quería mostrármelo. Cuando salió del probador,  lo primero que pensé fue: “Esta chica no va a poder respirar con un vestido que le queda tan ajustado”. Pero ante su cara de felicidad, como si fuera una actriz caminando sobre la alfombra roja de los Oscar, le dije: “¡Me encanta. Te queda bárbaro!”. Se ve que el entusiasmo de mis palabras no tenía mucho que ver con mi cara. Más sensata y perceptiva, mi amiga se acercó y me dijo: “¡Dejá de mentir, me estás mirando como si estuvieras frente a una mujer matambre!”. Me dio tanta vergüenza que me puse roja, pero además me quedó clarísimo que el cuerpo es tan poderoso al expresarse que  puede llegar a poner al descubierto nuestras palabras.

Nos brotamos, nos rascamos la nariz, fruncimos el ceño… Existen casi un millón de señales que se transmiten de manera intuitiva a través de expresiones faciales y de gestos. Son tantos y tan importantes los signos del lenguaje corporal que alcanzan el 55% del total de nuestra comunicación, el 38% corresponde a la voz y sólo el 7% a las palabras.

Durante el siglo XX se hicieron estudios muy serios sobre lo que revelan los gestos, y hasta podríamos decir que en los últimos tiempos el lenguaje corporal se puso de moda. Algunos programas de televisión de todo el mundo invitan a columnistas que se dedican a decodificar qué quieren decir políticos, artistas e incluso miembros de la realeza con sus gestos. En Inglaterra, el público está fascinado con los expertos que detectaron que el príncipe Guillermo se frotaba de manera insistente las manos cuando su padre Carlos se casó por segunda vez, con Camilla Parker Bowles. Parece que este gesto significaba: “Vamos, adelante, lo que viene puede ser bueno”.

La serie de televisión llamada Lie to me (Mentime), en la que un detective se dedica a resolver casos a partir del lenguaje corporal de los sospechosos, tiene cientos de miles de seguidores en el mundo. Lo curioso es que esta serie está basada en las investigaciones de Paul Ekman, un profesor de Psicología de la Universidad Médica de California y asesor del FBI, quien estudió los gestos faciales de los habitantes de tribus de Nueva Guinea que vivían aislados de la civilización, y de ciudadanos de veinticuatro países, y llegó a la conclusión de que todos los pueblos coinciden en el uso de los mismos gestos faciales para expresar alegría, ira, asco, desprecio, sorpresa, miedo, tristeza o vergüenza.

Otro gesto innato que trasciende las culturas y las costumbres es la sonrisa. Marifé Retes, programadora neurolingüística y especialista en lenguaje del cuerpo, cuenta que se ha comprobado que los niños ciegos de nacimiento sonríen instintivamente. Además, un estudio que comparó fotos de atletas ciegos y videntes de los Juegos Olímpicos y Paraolímpicos de Atenas 2004 mostró que todos los ganadores exhibían sonrisas amplias, mientras que todos los perdedores mostraban una sonrisa pequeña, de compromiso. Éstas son emociones que todos los seres humanos compartimos.

En su justa medida

No hay dudas de que el cuerpo habla, pero eso no significa que tengamos que andar como detectives, tratando de controlar a rajatabla nuestros gestos o de interpretar todo el tiempo a los demás, porque una seña no representa la personalidad de alguien. Además, no hay una única lectura de los movimientos: hay tics que heredamos de nuestros padres, como fruncir el ceño o gesticular demasiado, y hay movimientos que hacemos por comodidad, como cruzarnos de brazos mientras alguien nos habla, aunque no estemos ocultando algo o creando una barrera de defensa. Vivir pendientes de los mensajes del cuerpo también puede llevarnos a cometer errores.

Marifé Retes dice que para interpretar el lenguaje gestual hay que tener en cuenta la regla de las cuatro C: “contexto, cultura, calibración y conjunto”. Esto significa que los gestos deben interpretarse como un conjunto. Rascarse la cabeza puede significar duda, mentira o inseguridad. Pero si vemos que uno de nuestros hijos se rasca mucho la cabeza, en lugar de sospechar de lo que nos dice, tal vez debamos pasarle el peine fino. En cambio, si alguien se rasca la cabeza, balbucea al contar una historia y se toca reiteradamente la cara y la nariz, entonces, sí podríamos llegar a pensar que no está diciendo la verdad. Esto significa que se necesitan a lo sumo tres gestos correlativos para determinar cuál es la actitud de una persona.

Señales claras

En lugar de usar el lenguaje de los gestos para sacar conclusiones apresuradas, tal vez podamos aprovechar algunas pautas de la expresión corporal para mejorar la comunicación, para entender a los demás, para respetar sus espacios personales, sus tiempos, sus límites, y para transmitir de una manera eficaz lo que queremos decir. Podemos empezar a revisar algunos de nuestros  gestos, corregirlos o sumar otros. ¿O acaso no nos gusta incorporar nuevas palabras a nuestro lenguaje? Bueno, con el cuerpo sucede exactamente lo mismo.

Judi James es una inglesa experta en lenguaje corporal que propone algunas pautas sencillas, como mantener el contacto visual, tener una postura erguida pero con los hombros relajados, dar la mano de manera afectuosa, no mover las manos de manera excesiva al hablar, entrelazar las manos suavemente, sentir los pies bien apoyados sobre la tierra cuando hablamos con alguien, sostener la cabeza erguida, tener gestos abiertos y fluidos que generen empatía, dejar las manos sueltas al costado del cuerpo y no copiar gestos de los demás, porque los nuestros son los que nos representan.

También es importante la congruencia. ¿Qué quiere decir esto? Que los gestos deben acompañar a las palabras. Judi James sugiere que hay que observar si las palabras y los gestos se contradicen. Es como si un hombre nos dijera que nos quiere mientras sus ojos van detrás de otra mujer.

Es lo que pasa cuando alguien no dice la verdad. Sus palabras pueden ser firmes, pero la voz, la cara y el cuerpo reaccionan ante la mentira. Entonces, aparecen algunas señales, como la transpiración o la picazón en la nariz, que se conocen como “efecto Pinocho”.

Para James, los gestos deben ir a la misma velocidad que el discurso porque, de esa manera, queda claro que forman parte del proceso de pensamiento. Las señales honestas preceden algunos segundos a las palabras porque el cerebro tarda menos en generar movimientos que en formular oraciones.

“Cuando se trata de mensajes importantes, confiamos en la comunicación no verbal, porque si nos basamos sólo en las palabras, nos cuesta entender, recordar o creer lo que nos dicen. Las palabras son para decir, pero el lenguaje corporal es para demostrar”, asegura James en su libro La Biblia del lenguaje corporal. “¿Podríamos creerle a alguien que entra a un lugar y dice: ‘Hay una bomba en el edificio’, sin la menor expresión gestual?”, se pregunta James.

Existe otro motivo por el cual también es importante prestarles atención a los gestos. Según Judi James, influyen en nuestro estado de ánimo y pueden ayudarnos a sentirnos más seguras. Hay investigaciones psicológicas que demuestran que poner la mejor cara posible, pararnos erguidas, con la cabeza en alto y una sonrisa, hace que nos predispongamos mejor. Según James, este gesto positivo “es como una profecía autocumplida” que irá desde el exterior hacia nuestro interior.

Las ventanas del alma

Dicen que los ojos son las ventanas del alma, que pueden transmitir alegría, desdén, enojo, furia. Por eso, si durante una conversación miramos y nos miran a los ojos, es probable que podamos entender la actitud de las personas. “Cuando alguien se siente bien, cuando ve imágenes agradables o cuando encuentra la solución a un problema, sus pupilas pueden dilatarse hasta cuatro veces su tamaño original. Pero, por el contrario, cuando alguien no está interesado o está enojado o molesto, se contraen”, explica Marifé Retes.

Hasta tal punto son expresivos los ojos que, en la Antigüedad, los comerciantes chinos de jade se fijaban en las pupilas de sus compradores para detectar qué joyas les interesaban.

Pero, además, las mujeres corremos con la ventaja de ser expertas en leer la mirada. Un estudio de la Universidad de Harvard demostró que tenemos mayor capacidad que los varones para percibir los estados de ánimo que se expresan a través de los ojos.

Esta habilidad femenina e innata de descifrar las señales es nada más y nada menos que uno de los elementos de lo que conocemos como “intuición femenina” y se desarrolla aún más en quienes son madres, porque durante los primeros años de los chicos, la mujeres confiamos en el lenguaje no verbal para comunicarnos con nuestros hijos.

El poder de las manos

Las manos son muy importantes en el lenguaje corporal porque nos ayudan a expresarnos cuando nos faltan palabras y porque nos sirven para ponernos en contacto con los demás gracias al sentido del tacto. Desde siempre, mostrar las palmas de las manos se asoció a la honestidad. Es la demostración de que uno “no va armado”, que no tiene nada que ocultar. En cambio, cuando están escondidas en los bolsillos o al cruzarse de brazos, pueden expresar que no hay nada para decir o que se oculta algo.

La forma en que se colocan las manos al estrecharlas también tienen un significado. Si durante el saludo ponemos nuestra mano encima de la mano de la otra persona, puede interpretarse como una señal de dominio. Para logar un apretón de igualdad, es necesario que las manos de las dos personas estén en posición vertical.

Cuando nos frotamos las manos, es porque tenemos buenas expectativas en lo que viene o en lo que vamos a hacer. Es el típico gesto que hacemos cuando vamos a comer algo rico, antes de abrir un regalo o cuando estamos esperando que nos cuenten algo que nos interesa. Entrelazar las manos suavemente es una señal de autoconfianza, pero si el gesto se hace con tensión, significa que estamos frente a una persona reprimida, ansiosa o negativa.

¿Qué hacemos con los brazos? Podemos dejarlos sueltos y relajados, al costado del cuerpo, porque eso da la sensación de que estamos abiertos hacia los demás. En general, los brazos cruzados pueden expresar desinterés, desacuerdo o una postura cerrada por desconfianza con el interlocutor, pero como ya dijimos, no podemos quedarnos con esa única idea, porque lo cierto es que se trata de una postura cómoda, que usamos mucho cuando hablamos con alguien o para cubrirnos cuando tenemos frío.

Territorio personal

El uso del espacio que rodea al cuerpo, necesario para moverse con libertad, también expresa aceptación o rechazo, intimidad o lejanía, poder o sumisión. La dimensión de ese espacio dependerá del ambiente en el que creció cada persona; pero en todos los casos, la invasión de ese territorio genera molestia e incluso agresividad. Un estudio reveló que a partir de la década del noventa hubo un aumento en la violencia de los pasajeros de los aviones, cuando las aerolíneas comenzaron a sentar a la gente más junta para reducir costos.

Por eso, tal vez debamos prestar atención si hablamos con alguien y retrocede un paso. Seguramente, quiere decirnos que estamos invadiendo un territorio privado y personal, y debemos respetarlo para que el otro no se sienta intimidado.

Heredamos gestos de nuestros padres y también puede sucedernos que empecemos a mimetizarnos con los gestos de nuestra pareja, de nuestros amigos o compañeros de trabajo… En fin, que empecemos a parecernos a la gente con la que pasamos mucho tiempo. Eso significa que tenemos confianza, que hay empatía y que nos sentimos cómodos con quienes tenemos cerca. Estar atentas al lenguaje corporal puede ayudarnos a comunicarnos mejor, pero éste es sólo un camino. Conocernos mejor y conocer a los demás es un ejercicio diario que requiere gestos, palabras y honestidad.

 

fuente: Por Gabriela Picasso Revista Sophia