Alrededor de 1.300 piezas de porcelana (blancas o con lustre de oro), fabricadas con moldes de yeso a partir de 12 libros antiguos, se montaron en el Museo de Artes Visuales. Cada copia exhibe tanto los detalles de su modelo como los rastros del proceso productivo además de su fecha de moldaje.
A través de su disposición en los muros, sus defectos, sus certezas e imprecisiones, la artista Mariana Tocornal aborda el tema de la fragilidad y plasticidad de la memoria, así como su registro muchas veces rígido en las historias que quedan establecidas como oficiales.
“La exposición «Otras Historias» fue gestada a partir de una reflexión sobre las bibliotecas como colección de objetos, un registro que se acumula en estanterías resguardando un catálogo de vidas e ideas ajenas. Archivos llenos de conocimiento técnico (a veces obsoleto), literatura, filosofía y poesía, se mantiene detenido esperando ser recuperado. En esta muestra se exhiben como una cáscara vacía, su contenido eliminado para dejar el objeto desprovisto de su funcionalidad inicial, un simulacro. Como ejercicio, el traspasar un objeto como un libro a un material que nunca será capaz de imitarlo de manera fidedigna implica forzar la técnica hasta el colapso para así pensar en procesos productivos, mano de obra, obsesiones, pasado, historia y memoria.
Tal como en las traducciones literarias (o el juego del teléfono) las reproducciones van progresivamente alejándose de su original y mostrando más rastros de su manufactura. En las primeras copias se distingue el material de su lomo, las páginas e incluso el título grabado en bajorrelieve. Al continuar su reproducción incesante, las marcas y el desgaste del yeso comienzan a aparecer como huella reconocible y los detalles previos se van borrando en el camino. Aún se divisa lo silenciado de una manera cada vez más tenue pero su fabricación en porcelana se hace protagonista.
La porcelana tiene una carga histórica y social fuerte, se considera como símbolo de status propio de una elite. En América se trabajaba el barro oscuro y este material delgado y traslúcido fue una importación de los colonizadores que llegaron con sus vajillas finamente decoradas. Su proceso productivo es delicado y para obtener un buen producto final hay que respetar las distintas etapas: Se comienza con la pasta líquida, básicamente tierra y agua, luego se vierte en moldes de yeso y salen las figuras húmedas, quebradizas y frágiles. Se destruyen bajo la más mínima presión, como un castillo de arena. Luego viene una quema, luego lustre, otra quema, lustre de oro, otra vez al horno. Cada figura toma días de secado y trabajo para lograr el acabado firme y brillante de la porcelana que conocemos. En cada momento de esta reproducción hay muchas posibilidades de cometer un error, pero también existe el instinto rebelde de seguir todos los procedimientos y en un momento sin miedo, tomar un martillo o las mismas manos y con un golpe certero destruir la pieza que se ha estado construyendo, una tentación irresistible. Armar para luego destruir obliga a hacerse cargo de los restos, observar, repensar y no sólo reparar buscando lo perdido.
Tal como al armar una biblioteca en que hay que catalogar y distribuir objetos en un espacio con ciertas prioridades para generar no solo un recorrido sino que una historia, en estas obras para entender los resultados se comienza por separar lo técnicamente correcto, lo deficiente, lo visiblemente fallado y lo directamente destruido. Un trabajo tan tedioso como inútil en objetos desprovistos de su función como estos. Sin embargo el acumular, coleccionar, catalogar y archivar tropiezos es finalmente la historia que nos convoca. Las otras historias que no quedan en los registros oficiales, la narrativa privada”.