Punto de Quiebre

Bosque quemado/memorial

Eliana y yo fuimos criados en un jardín. El jardín de nuestra casa de El Matico, que era a su vez la representación del jardín que habitaba la imaginación de nuestra madre. Ella escribió tres libros de jardinería y el cuarto, que no llegó a publicar, se trataba de árboles. Desde sus primeros trabajos, Eliana se interesó por las posibilidades expresivas y gráficas de los jardines y los árboles. Creó jardines secretos alrededor de antiguas polveras, levantó bosques con los árboles que recolectó entre la gente, construyó esculturas en madera y cemento en busca de ese surgimiento apical, investigó las expresiones gráficas del jardín, incluso creó patrones vegetales con un cautín aplicado sobre telas sintéticas y caucho.

La aparición del fuego en su obra de matriz matérica, le abrió un nuevo reino de posibilidades —como a Prometeo—, en cuyo recorrido, de pronto, casi por casualidad, pero gracias a esa atención propia de una naturalista decimonónica que recorre paisajes desconocidos transida de curiosidad, se encontró con la técnica que le permitió ver ante sí este bosque de árboles quemados. Fue un momento de overol, soplete, calor y PVC transmutado hasta lo irreconocible, pero ante ella ya no estaba la materia sino las cortezas más variadas, las transfiguraciones imprevistas, la topografía que sus árboles dibujarían con sus pieles y sus siluetas calcinadas.

La piel de cada árbol tiene su particularidad, algunas parecen provenir del reino animal, otras están craqueladas, otras lavadas por el tiempo, algunas exhiben pliegues y cicatrices, otras semejan viejos pergaminos o tienen esa cualidad vítrea y mineral de la cerámica.

Cada árbol puede ser también una escritura, un tótem, la forja de un dios subterráneo, una personalidad. Las hay flamígeras y ascéticas, gregarias y hurañas, frías y salvajes, iracundas y dolientes.

Al ver desplegarse este bosque de árboles quemados, de escrituras olvidadas, de símbolos acrisolados, de personas arrojadas fuera del foro de la humanidad, podemos hacer rápidas asociaciones con el ejercicio de la memoria, el dolor de la condición humana, la adoración de nuestros dioses penates. Sin embargo, al mismo tiempo, nos obliga a mirar el presente a la cara, en toda su contingente actualidad. Aquí están la destrucción del planeta, el estallido social, la desesperanza de la ancianidad, el tenebroso futuro que se nos avecina si no somos capaces de aprender del pasado.

Pero Eliana combate los malos augurios a golpes de soplete, transfigurando aquello que sufre menosprecio por su carácter utilitario, servil, cloacal, en obra de arte, grabando en cada tubo de PVC una historia, transmutándolo en un elemento orgánico, maleable, fuente de vida y de emoción. Pareciera decirnos que no estamos condenados a ser materia doblegada por las circunstancias, que podemos hacerle frente al tedio y a la indiferencia, a la enfermedad, al peso de la vida, al conflicto, e incluso sentirnos protegidos de nuestras propias fuerzas autodestructivas bajo esta nueva piel. O bien que, cuando todo se haya quemado, aún habrá vida en la memoria grabada sobre la corteza de estos árboles. Y ese camino de salvación resulta ser colectivo, una acumulación de individuos en un coro unido por el canto común de las generaciones, la obra densificada simbólicamente gracias al ingente número, el todo como protagonista, los árboles dibujando la línea del horizonte como una guía o su reunión como una tribu en torno al fuego. Esta exploradora nos dice que sigamos el sendero de los árboles quemados, que nos internemos en el bosque aparentemente inerte, porque en este memorial se hallan los nuevos rumbos de la travesía humana.

Por. Pablo Simonetti

Galería Patricia Ready
hasta 4 de nov