Andrea Spoerer Ruiz nace en Santiago de Chile, 1988. Se gradúa de Licenciatura en Arte en la Universidad Católica de Chile (2011). Ha participado en diversas exposiciones colectivas junto a destacados artistas nacionales. Actualmente desarrolla proyectos de carácter fotográfico y pictórico. Vive en Santiago.
Sobre su obra
Una cuestión de plusvalía: De alguna manera, habitamos prolongándonos a través de los objetos que creamos como cultura. Bien lo sabe la industria de la publicidad, al administrar el deseo sobre determinados elementos que -bajo el rótulo de lo necesario- se levantan como promesa de logro inmediato, alcanzado por la posesión de dicho objeto. El lujo, la abundancia, la prosperidad y el estatus han tomado cuerpo por medio de diversos bienes, configurando un imaginario común entorno a lo que se entiende por tales conceptos. Su promesa no es otra que la institución de un poder, en cuya investidura se constituye, legitima y conserva determinada hegemonía.
Hay una arquitectura y una ornamentación para cada estrato; y en particular, la del estrato dominante, que vendría condesando una serie de aspiraciones, deseos y pretensiones sociales que trascienden a determinada clase. Su fisionomía se describe por medio del desfile de bienes que llenan los espacios deshabitados y que envisten dichos lugares de supremacía; bienes que unos poseen y otros desean. La plusvalía de esta fisionomía -el valor agregado que hace de esta arquitectura un fin en sí mismo- reside en la propiedad -ya sean determinados bienes en puntos específicos del territorio, o bien de un apellido a modo de título nobiliario contemporáneo- y de cómo esta posesión determina y garantiza una estatus social dominante y prestigioso. En esta línea, no sólo es la acumulación de riqueza, sino de cómo este conjunto de bienes es símbolo y garantía de características de orden ético (decencia) y estético (“buen gusto”).
La pregunta reside precisamente en la plusvalía de aquellos lugares que no sólo son producto de la idiosincrasia de una clase social acomodada, sino que materializan el imaginario colectivo creado entrono al lujo y la prosperidad, y que constituyen la médula del ideal exitista. Estos sitios deshabitados pero llenos en términos materiales, se nos presentan como ruinas: sólo accedemos a lo que queda, a estos objetos sobrevivientes vaciados de toda investidura. Así, nos vamos adentrando en estos espacios suntuosos, desde fuera blindados e incorruptibles; y desde dentro, vacíos e inquietantes. Adentrarse en tales espacios, significa observar los componentes del imaginario creado en torno a ellos. Adentrarse en estos espacios deshabitados desde la pintura y la fotografía, implica mirar estos objetos en cuanto a materialidad percibe, en cuanto a pretensión insaciable; es de alguna manera, desmitificarlos. Y al hacerlo, los discursos se caen y las imágenes grandilocuentes colapsan, desarticulando el criterio que los constituye y legitima. Porque finalmente -más que objetos- son insignias, son emblemas, son escudos; son condecoración.