Por Paula serrano, columna La mujer y su mundo
Nada nos asusta más que equivocarnos. Vivimos tratando de hacer las cosas bien y cuando fallamos, se nos terremotea la autoimagen, nos cuestionamos nuestras capacidades, nos da miedo la vida o la cotidianidad, según lo grave del error cometido.
Los científicos nos enseñan que la mayoría de las leyes y descubrimientos los han logrado gracias a investigaciones donde el método está basado en el ensayo y error. ¿Por qué, nosotros mortales, vamos a aprender de otra manera?
No es el error el que importa, a la larga, sino nuestra capacidad de aprender de él. A tal punto que hay quienes definen la neurosis como la tendencia a repetir más que a aprender.
¿Cómo hacer para que el miedo no paralice el aprendizaje? Lo primero que necesitamos es un otro que confíe en nosotros. Los niños aprenden mejor desde la confianza que desde el castigo. Un adulto capaz de ponernos límites pero que a la vez nos permita caernos y dolernos en la caída porque confía en nosotros. El miedo no es un buen consejero para remediar errores. No enseña, paraliza. Y el castigo es una forma de asustar. Poner límites es un acto de amor y, por lo tanto, de confianza. Equivocarse en un niño es el camino de aprender a cuidarse y a cuidar.
El adulto, en cambio, vive un mundo más complejo, donde equivocarse puede generar más costos personales. Si usáramos el ejemplo de los gringos típico diríamos que el mundo está lleno de casos de personas de gran éxito que son lo que son gracias a un error que cometieron. El que perdió el trabajo por llegar con trago y se convirtió en un gran compositor y cantante de jazz. Diríamos que el mundo está lleno de ejemplos de personas de gran éxito que son lo que son gracias a un error que cometieron. El que fue millonario porque no entró a la universidad. Es un lugar común pero es cierto, como todos los lugares comunes.
Lo que preocupa de los errores no son los errores mismos, sino la dificultad con que sacamos conclusiones útiles del error. La autocompasión o la rabia contra otros no nos permite aprender. Buscar culpables, defendernos, es inútil en el camino de aprender, si bien puede ser necesario como defensa en los momentos previos. Hay que primero recordar que no somos dioses y nuestra vida es con equivocaciones. Segundo, buscar lo que nos llevó a equivocarnos. ¿Fue un error propio, de otros, fue el azar, etc.? Y recién después viene la actitud de abrirnos conscientemente a las señales que nos da la vida y los que nos rodean.
No tengamos miedo… Equivoquémonos… Usemos los errores para aprender algo nuevo. La vida es más rica así.
Fuente: El Mercurio