¿Qué es lo valioso, qué tiene verdaderamente valor hoy? Esta pregunta y su consecuente posible respuesta pueden tener muchas más implicancias que las que a primera vista aparecen. Sin entrar en consideraciones metafísicas ni filosóficas, y limitándonos a una perspectiva meramente económica, es claro que lo escaso tiene más valor que lo que abunda.
Por ejemplo, el tiempo, que todos damos por descontado, puede ser hoy un bien tremendamente escaso, y por lo tanto de gran valor. El tiempo puede valer más que el dinero. El que tiene tiempo para vagabundear, para estar con sus hijos o cultivar su jardín es hoy un millonario. Y un millonario ocupado en incrementar su riqueza es tal vez un indigente, puesto que no tiene tiempo para nadie, ni siquiera para sí mismo.Hoy se habla mucho del éxito. ¿Pero qué es, en estricto rigor, ser «exitoso»? El periodista Juan Cristóbal Guarello, en un evento para «emprendedores», dio hace un tiempo un golpe de cátedra al redefinir el éxito: «Me niego a entender el triunfo sólo como una miserable cosecha de dinero, fama y poder (…) ¿Quién dictamina a los exitosos, quién condena a los fracasados? (…)» Luego, ante la mirada perpleja de los asistentes, que venían a buscar una receta más para el éxito, de esas que ciertos gurús suelen vender en estos días, citó al memorable dibujante Lukas, quien alguna vez dijo: «Comprar lo que no se necesita, con dinero que no se tiene para ser lo que no somos».
Guarello tiene razón: ¿qué es más exitoso, escribir un bello octosílabo en un poema que leerán sólo unos pocos pero apasionados lectores, o hacer una rentable inversión inmobiliaria? ¿No es acaso más exitoso el que tiene tiempo para tomarse un café con los amigos y «entonar canciones pasadas de moda» que el que es capaz de sacrificar a sus amigos con tal de escalar una posición y aumentar su capital? ¿Quién dijo que el éxito sólo era medible en dinero? ¿Por qué hemos aceptado esa falacia como una verdad indesmentible?
¿Acaso Van Gogh fue un fracasado, porque sus cuadros nunca se vendieron? ¿No son acaso sus trigales pintados que siguen ondeando en la retina de millones de seres humanos un éxito rotundo y sublime al lado del cual cualquier éxito de un especulador de la bolsa palidece? ¿No serán acaso los exitosos en realidad los fracasados, y los fracasados, exitosos ninguneados? Cada vez me topo con más jóvenes hastiados con la filípica del éxito que comienzan a escuchar desde que se bajan de la cuna. Estos jóvenes (y hablo de una generación de menos de treinta años) están buscando verdaderos exitosos a quienes admirar. Exitoso es para ellos el Presidente de Uruguay, José Mujica, que llegó a la Cumbre de Presidentes en un avión comercial y sin guardaespaldas. ¿No es acaso un éxito el que un Presidente de la República no tenga miedo? Exitosa es la guardia de la plaza o la barrendera que, a pesar de la odisea que significa cruzar Santiago para llegar a su trabajo, y de una vida dura y sacrificada, enarbolan al final del día una sonrisa pura y genuina, de esas que escasean tanto hoy en nuestra ciudad.Exitoso es el documentalista Ignacio Agüero, quien dejó la publicidad para ganar menos, y para recuperar una mirada genuina del mundo y filmar «El otro día», un documental hecho desde su propio jardín, tal vez el más honesto y hermoso de la historia del cine chileno. Exitosa es Tachita, la abuela de mi señora, una inmigrante que llegó arrancando de la guerra y la miseria y que acaba de cumplir 101 años, sin dejar de amar la vida intensamente todos los días. Exitoso es mi profesor Gastón Soublette, que nunca ha dejado de escribir cartas al director en las que sigue siendo el portavoz de causas perdidas. Creo que ya es hora de que no sólo el rostro de Bill Gates o de Carlos Slim estén en el olimpo de los exitosos. Y es más: tal vez llegue el día en que haya que hacer una colecta para que estos indigentes recuperen el tiempo perdido en sus exitosos fracasos.
Articulo de Blog de El Mercurio Por Cristian Warnken
Imagenes de Mark Wagner´s Currency