Imagen de: David Uzochukwu titulada «Llorando ríos»
«La confusión entre lo lícito y lo legal, lo público y lo privado puede producir la decadencia de un país. Chile se acerca a un caos no político, sino moral, el peor de los caos…»
La destrucción de Chile, la devastación de su patrimonio natural y urbano, que tantas veces hemos tenido que denunciar desde esta tribuna, no es una alucinación apocalíptica ni un delirio de puristas. Quienes tienen ojos para ver y no han cruzado la delgada línea que separa la conciencia ética de la anomia moral saben que el Chile que han amado desde su infancia (ese Chile que no se puede definir, sino solo cantar, como lo han hecho nuestros poetas desde Ercilla a Neruda y Mistral) está en peligro de muerte.
¿Puede acaso un país morir? Sí. Así como hay personas que se extravían de sí mismas, traicionando su ser más profundo, convirtiéndose en muertos en vida, así también hay países que pueden dejar de ser. Un país no es solo un conjunto de símbolos patrios ni un grito eufórico lanzado con la mano en el corazón en un mundial de fútbol. Chile es un poema, el más extenso de Sudamérica, escrito en el viento, cantado en los ríos, un poema que se pierde en los bosques del sur y cuyas huellas reaparecen en las arenas del desierto del norte, un poema que las nieves eternas fijan en su máxima altura, un poema que nos sabemos de memoria cuando cerramos los ojos y caminamos sobre el mar.
Cuando un solo verso falla, el poema entero se desploma. Cuando se tala un pedazo de bosque, cuando se destruye un cerro, cuando un río se seca, el poema entero llora. Y entonces Chile ya no es un poema, sino un lamento. Un lamento bíblico, un grito en el cielo. Un amigo que vive en la maravillosa zona de río Puelo me llama desesperado para contarme que el lago Tagua Tagua, el río Manso y el Puelo están llorando. Y con ellos están llorando también sus habitantes. ¿La causa? Un proyecto hidroeléctrico de los ávidos de siempre, que hará pasar sus tendidos eléctricos no por sus propiedades, por supuesto, sino por el patrimonio natural de todos. Ellos pecan de una desmesura sin límite: no les basta la riqueza inmensa que ya tienen, y por eso se están devorando Chile con sus paisajes y sus gentes.
¿De dónde les nace esta enfermiza avidez por comprarse hasta el aire que respiramos? Ellos no son empresarios: para mí la palabra emprender tiene una connotación positiva, la de «crear». Y ha habido en la historia de Chile muchos empresarios que han participado de la creación de Chile. Estos, en cambio, destruyen, operan por medio del lobby o las redes políticas, de contactos e información privilegiada. Si no, uno no se explica cómo han logrado los permisos para adueñarse de todo: del agua, los ríos, los barrios, los bordes costeros, las montañas. Ahora harán pasar decenas de kilómetros de tendido eléctrico con torres de 150 metros de altura por el corazón de un río de apacible nombre: río Manso. Y por la costa norte del hermoso lago Tagua Tagua y un tramo del querible río Puelo, un río del que nos hemos enamorado los que hemos estado ahí.
Como siempre, las externalidades no las pagarán ellos, sino las comunidades, los que han salido de la pobreza gracias a un incipiente emprendimiento turístico hoy en peligro.
«Tener poco es poseer. Tener en abundancia es estar confuso», dijo hace miles de años el gran sabio Lao-Tsé. La confusión entre lo lícito y lo legal, lo público y lo privado puede producir la decadencia de un país. Chile se acerca a un caos no político, sino moral, el peor de los caos.
Y entretanto, ¿qué hacer? Yo vuelvo a leer «Los cantos de los ríos que se aman», de Zurita, y lo recito en voz alta, hasta que se desgarre la garganta: «Canto, canto de los ríos que se vienen/ canta el Baker y los ríos de las aguas más heladas que todavía/ no tienen nombre (…). Bienaventurados son los torrentes corriendo,/ bienaventuradas son todas las aguas».
Porque el poema de Chile se escribe entre todos, yo agrego: bienaventurados el río Puelo, el lago Tagua Tagua, el río Manso. Bienaventurados los que resisten, los que no callan, los que riman con la nobleza de las aguas, los que lloran lágrimas de río, de ríos profundos y puros, como son los ríos de Chile.
Fuente: El Mercurio