¿Cómo es la cosa? ¿Pertenece el hombre al tiempo o el tiempo al hombre? Porque la queja más de moda y más constante en nuestras vidas es el apuro y la falta de tiempo. Tal vez es que no queremos tener tiempo.
«Sabemos que el estrés, la enfermedad de este siglo, se relaciona con la sobreestimulación y la falta de silencio».
Hay quienes desde la neurociencia dicen que cuando el cerebro se habitúa a estar estimulado se produce algo así como una adicción al estímulo. No tener nada que hacer o en qué ocupar la cabeza aparece como un vacío que da miedo, entonces, mejor seguir ocupado.
¿De qué escapamos? Porque muchos reconocen que aun sin estar haciendo nada en particular están revisando los pendientes, que es como estar ocupado, pero inmóvil. ¿Qué monstruo puede aparecer en el silencio?: algunas penas, algunos dolores que arrastramos, algunos pecados que no nos hemos perdonado. Pero es al vacío lo que en el fondo tememos.
Todo el mundo tiene formas de reconocer el miedo al vacío o de enfrentar algo. Y cada uno ha buscado maneras que los ayudan a salir de ese estado.
Antes, el ser humano tenía tiempo. En el Eclesiastés, del Antiguo Testamento, se afirma que el hombre tenía tiempo para todo y que cada cosa tenía su tiempo. El hombre era testigo de los acontecimientos.
¿Somos nosotros testigos? Sí y no.
Si tenemos tiempo, nos informamos, tenemos la televisión, internet, tanto y tanto que hacer. Lo que no sabemos es soportar el silencio del tiempo. Y eso sí que es grave. En el auto ponemos la radio, tenemos siempre el celular a la mano por si hay un momento de tiempo vacío. El único problema es que existe el inconsciente, o el alma o el cerebro que acumula. Y nos guste o no, hay que dejarlo hablar.
Después del miedo, viene la paz. Capaz que lo que escuchemos sea útil y hasta bello, optimista o desafiante. No sabemos. Lo que sí sabemos es que el estrés, la enfermedad de este siglo, se relaciona con la sobreestimulación y la falta de silencio. De manera que el «retiro» no tiene que ser solo para concentrarnos en la oración o la resolución de problemas. A veces puede ser solo un descanso para que el cerebro hable solo y no lo escuchemos.
Después de todo, digan lo que digan, el cerebro es nuestro. Mejor que sepa a tiempo quién es su dueño. Para ello, viva el silencio inmóvil, honesto, humilde, de quien quiere de verdad escuchar.
fuente: emol
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