En general, el asunto de la violación es un tema tabú. Las mujeres violadas temen hablar o denunciar su experiencia, tienen vergüenza, se sienten estigmatizadas.
«¿Quién va a querer casarse conmigo ahora?», decía una paciente. Y la verdad es que ella iba produciendo también la distancia de los hombres hacia ella por su propio miedo. La vergüenza es como un veneno lento. No mata, pero enferma. Quienes han sufrido el horror de una violación no saben por qué, pero sienten que son también culpables. Ellas, las víctimas, caminan por la vida como si hubieran cometido un delito.
Muchas veces se enjuicia a la psicología por insistir en la necesidad de revelar, de contar, de sentir rabia, de ser reconocida como víctimas cuando se ha vivido un trauma así. No es porque sí que lo hacemos, es porque
si no, la herida de hoy se convierte en quiste. Esta paciente de la que hablo, linda, inteligente, bondadosa, efectivamente no se casó, en parte porque su secreto no podía revelarse.
En la República del Congo, en África, en un pueblo llamado Luvungi, 200 mujeres fueron violadas por 200 soldados de sus propias fuerzas armadas. Una mujer de 80 años fue violada por cuatro hombres armados, repetidas veces. Las fuerzas de paz estaban cerca, no lo pudieron detener porque no se enteraron. Cuando llegaron al pueblo, nadie habló de violación, a pesar de las camas manchadas. ¿Por qué? Porque las mujeres no querían contarles a los hombres que venían a cuidarlas y protegerlas lo que habían vivido, necesitaban hablar con mujeres. Por vergüenza, pero también por ese miedo atávico de todas las víctimas de no ser suficientemente respetadas y reconocidas como víctimas.
Esta experiencia tremenda tiene un aspecto sanador. Esas mujeres finalmente hicieron público el abuso y pudieron compartir entre ellas, ser auxiliadas y cuidadas por otras mujeres que en toda Europa reaccionaron ante el horror. Hoy están siendo tratadas por especialistas. Compartir, ser reconocidas, recibir apoyo, ha sido una ayuda muy grande.
Una de ellas habla de «el momento en que me destruyeron.» Y en parte es así.
¿Y nuestras mujeres chilenas? Este tema no está aún en nuestra agenda. Habría que empezar a hablar de eso. Hay grupos para tantas cosas, cada vez más nuestro país se abre a develar muchas cosas que antes se silenciaron. Ojalá la historia de Luvungi, que parece tan lejana, pero afecta a tantas chilenas, abra un poco la puerta.
Por: Paula Serrano Columna «La Mujer y Su Mundo» (Revista Ya)