Tal vez lo conoce o ha escuchado hablar de este lugar. Está en el sur. En Frutillar. Es un tremendo teatro para las artes. Se llama Teatro del Lago. Mide más de diez mil metros cuadrados y está sobre las aguas del lago Llanquihue. Se inauguró hace poco más de cinco años y hasta allí han llegado grandes compañías de ballet, las mejores orquestas sinfónicas, tenores, obras de teatro y artistas de la música popular. Sin duda, un tremendo aporte cultural y turístico para una ciudad de menos de veinte mil habitantes.
Pero hay más. Y esto es lo que realmente hace la diferencia. Parto con un ejemplo. Lorena Vivar tiene una pequeña pyme de transporte que ayuda al Teatro del Lago en el traslado de artistas e invitados. Su marido, César Almonacid, es el jefe de mantención y escenografía del mismo teatro, y fue uno de los maestros que trabajó en la construcción del lugar. Su hijo Matías, de seis años, entró a los dos años a la Escuela de las Artes del teatro y participó en un programa llamado “Juguemos a las Artes”. Hoy es alumno del Colegio Kopernikus, el mismo al que van los hijos de Nicolás Bär, el gerente general del Teatro del Lago.
Segundo ejemplo. Cynthia González es la asistente comercial del teatro. Su hija está becada y estudia ballet con el sistema de la Royal Academy of Dance de Londres. Bailó con sus compañeras junto a Marianela Núñez, primera bailarina del Royal Ballet de Londres, actualmente considerada la mejor del mundo. Tercer ejemplo. Gabriela Jaures es asistente administrativa en el teatro, llegó a trabajar a la tienda de este, luego a guardarropía y ahora es una persona clave ahí. Su hija fue becada y estudió piano por cuatro años, también integró el Coro del Teatro del Lago. Actualmente estudia kinesiología.
Paremos por un momento con los ejemplos y volvamos a la idea. En las pocas líneas recién escritas hay demasiados conceptos: inserción de un proyecto en una comunidad, nuevos y mejores espacios laborales, meritocracia, disminución de las barreras sociales y transversalidad. Debo serles honesto: fui a Frutillar a conocer un teatro, pero terminé conociendo un monumento a la filantropía. Que una familia, los Schiess, haya desembolsado más de cuarenta millones de dólares para levantar este lugar como una forma de devolverle la mano a Chile, de retribuir las oportunidades que tuvieron como inmigrantes llegados de Europa, ya es un tema. Uno de envergadura. Pero que hayan pensado y decidido que, tan importante como levantarlo era construir un completo programa de involucramiento con los habitantes de la zona, eso convierte al teatro en una aplanadora de desigualdad y, al mismo tiempo, en una grúa que construye oportunidades para mejorar la calidad de vida.
Hay números que transforman estas palabras en realidad: 32 mil niños, jóvenes becados en los programas educativos, 100 mil beneficiados con los programas educativos, 52 mil que han podido asistir gratuitamente a los espectáculos del teatro. Y ejemplos concretos. De esos con nombre y apellido. Como la alumna becada del curso de Canto Lírico de la Escuela de las Artes del teatro, María Jesús Catrilef, que fue aceptada en el Conservatorio de la Universidad de Chile en la carrera de Canto Lírico y obtuvo apoyo de la Corporación Cultural de Osorno por tercer año consecutivo. Como María Fernanda Retamal, a quien el año pasado le diagnosticaron una artritis fulminante que la inmovilizó de tal manera que tuvo que suspender sus estudios. Se integró al curso “Puedes Bailar” del teatro el año pasado y en octubre pasado fue parte del espectáculo El Viaje. Sí, bailando. O, por último, como Antonia. Su padre, Raúl Hernández es soldador y durante la construcción del teatro trabajó como obrero. Antonia, que tiene siete años, ingresó el año pasado a la Escuela de Ballet del Teatro del Lago. En diciembre, sus orgullosos padres la pudieron ver bailando como ratoncita en La Cenicienta.
“Ha llegado el momento de que se desarrolle una filantropía nativa en Chile”, decía hace algunas semanas en este suplemento Darren Walker, presidente de la Fundación Ford, una de las más grandes organizaciones en el área de Estados Unidos. En el sur de Chile, en Frutillar, lo están haciendo. Y le están cambiando la vida a la gente. Para bien
fuente: Teatro del Lago y VocesLaTercera