La propuesta de Terroso, está habitada por las Diosas del agua que recuerdan a la sirena de los totonakus de la huasteca, la dueña de las aguas que corren bajo la tierra. La sirena es también la personificación del dios huracán, a veces masculino a veces femenino, pero siempre caprichoso, que trae las aguas para la milpa y los animales del monte en forma de lluvia, pero también desata huracanes o se roba el alma de quien descuidado pasea cerca de un manantial: ambos dioses, la sirena y el huracán, personifican esos seres poderosos del agua con los que hay que negociar.
En la narrativa de la fotografía de Terroso las mujeres en el agua son también el cuerpo de la sirena, pues la personifican en su cualidad femenina y por lo tanto acuática. Desde la concepción de los pueblos de la huasteca el agua es el cuerpo mismo de la sirena. Al representar a las diosas del agua dentro del río, nos orilla a una percepción fractal de un cuerpo en su mismo cuerpo, una puesta en abismo de la imaginación que hace poderosa la imagen.
Al oficiar una ceremonia, ofrecer sus cuerpos floreados al agua, la brujas también están pactando la repetición milenaria de los ciclos de la vida, del nacimiento y de la muerte que emerge del cuerpo femenino creador. Al llamarles así, brujas, además del poder de la creación de la vida, se las construye como seres de conocimiento, viejas sabias que conocen el comportamiento del clima y la personalidad de los espíritus, que saben cómo dialogar con ellos por medio de la gestualidad corporal, que saben como susurrarle a los dioses, por lo tanto Terroso edifica a las brujas como mujeres de poder.