El día estaba soleado precioso y cero frió, así que pudimos estar mucho rato afuera con el polluelo, perdiéndonos en su jardines y contemplando el Palacio de cuentos desde diferentes ángulos. Su parque está repleto de árboles con más de 100 años que te atrapan y entregan una energía increíble para conectar con la naturaleza y desconectar de la ciudad. La arquitectura de su Palacio estilo Tudor, sus piletas, los caminitos, y las esculturas que aparecen por el jardín me hacen viajar en el tiempo, siempre imaginando como habrá sido la vida en éste lugar cuando era habitado por las familias que pasaron por ahí.
Me gusto mucho saber más sobre su historia, ver como recuperaron ésta joyita del pasado, que a ojos de muchos pudo haber terminado como tantas otras construcciones antiguas, demolidas y reemplazadas por algo moderno, pero no, aquí hicieron un trabajo de joyería para volver a darle vida a ésta construcción que estaba en ruinas. Hay un vídeo que muestra todo el proceso y el trabajo que se hizo, les recomiendo verlo.
Me encanta también el uso que le dan a todos los espacios logrados, donde se busca crear comunidad, generando encuentros entre las personas, ya sea a través de momentos de conversación, eventos culturales u otros, todos en torno a un lugar repleto de historia, y que estará siempre potenciando la naturaleza, la cultura y la gastronomía del Valle del Maipo.
Aprovechamos de almorzar en el restaurante Sequoia donde comimos muy rico y muy bien atendidos, su especialidad es la gastronomía local del Valle del Maipo, donde usan ingredientes locales y de temporada, el lugar tiene un diseño minimalista y de aires nórdicos. El restaurante está integrado en el edificio donde está el hotel, para los que tienen ganas de quedarse para amanecer en medio de éste parque milenario y aprovechar todas sus horas de luz que cada una tiene su encanto.